martes, 6 de marzo de 2007

Concierto para sho y concha gigante, de John Cage


Un apunte ligero sobre música contemporanea:


Hace unos meses asistí en Alemania a un evento que solo en Berlín, y quizás Viena, puede atraer a más de seis personas. Muchos diréis: "una cata de chucrut", y con razón, pero me refiero al otro evento: un concierto de John Cage. Salí del mismo lleno de visión zen, de amor por las setas y de inspiración para transmitir mis observaciones sobre la nueva música, que son tres y muy importantes:

- En un concierto de nueva música, no haces más que escuchar los ruidos estomacales de tu vecino. No es que en Alemania sean monstruosamente ruidosos, sino que en una sala de acústica perfecta con 200 personas en silencio absoluto, en la que lo único que suena es una concha gigante rellena de agua (sí amigos, John Cage es así) se presta la cosa a estas observaciones sobre esos alegres pitidos gástricos. Si lo que suena es el vibrador de un teléfono, pues ya no oyes la concha. Y olvídate de sonarte en el típico subidón. Ésto no es la Novena Sinfonía de Bethoveen.

- Los músicos se pasan más tiempo contando las pausas que tocando música. Juro que vi al que tocaba el shakuhachi (o que no lo tocaba) intentar no dormirse durante una pausa de siete minutos. Que se dice pronto...

- El radical (y muy acertado) concepto de Cage según el cual se debe introducir el espacio en la música (es decir, con los músicos repartidos por la sala) da lugar a ciertas paranoias. Dónde aparecerá el siguiente? Están debajo de mi asiento? Con todo, si el que está detrás de ti no es percusionista, sobrevivirás.

Ah, y la cita... Ésto se lo dijo una señora a Cage mientras miraban un cuadro de Rauschenberg:

"Si no es arte, entonces me gusta".

Y se quedó tan ancha como el tío que tocaba el shakuhachi cuando tras siete minutos, tocó una nota con todas sus fuerzas y dio fin a la velada. Aplaudimos a rabiar, y muchos se sonaron los mocos.

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